LA ENSEÑANZA INICIÁTICA
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El Segundo
Vigilante explica el cuadro de logia bajo la inspiración del
Evangelio de San Juan; la luz
ilumina la oscuridad y la oscuridad no la comprendió (Viena, 1791) |
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¿En qué se
distingue la enseñanza iniciática de la enseñanza profana? Muchos, que
no se dan cuenta de lo que debe ser realmente la enseñanza iniciática,
no ven en ella nada más que el empleo del simbolismo. Ahora bien,
esos, que no consideran las cosas más que de una manera completamente
superficial, y que se detienen en las apariencias y en las formas
exteriores, no comprenden de ninguna manera la razón de ser y la
necesidad del simbolismo, que, en estas condiciones, no pueden
encontrar sino extraño y por lo menos inútil. Suponen, en efecto, que
la doctrina iniciática no es apenas, en el fondo, más que una
filosofía como las demás, un poco diferente, sin duda, por su método,
pero en todo caso nada más, ya que su mentalidad está hecha del tal
modo que son incapaces de concebir otra cosa; y es muy cierto que, por
las razones que hemos expuesto más atrás, la filosofía no tiene nada
que ver con el simbolismo e incluso se opone a él en un cierto
sentido.
Hay también otra
manera de considerar la enseñanza iniciática que apenas es menos falsa
que esa, aunque aparentemente sea todo lo contrario: es la que
consiste en querer oponerla a la enseñanza profana, como si se situara
en cierto modo en el mismo nivel, atribuyéndola como objeto una cierta
ciencia especial. Ahora bien, si la enseñanza iniciática no es ni el
prolongamiento de la enseñanza profana, como lo querrían unos, ni su
antítesis, como lo sostienen los otros, si no constituye ni un sistema
filosófico ni una ciencia especializada, es porque en realidad es de
un orden totalmente diferente. Si las concepciones iniciáticas son
esencialmente diferentes de las concepciones profanas, es porque
proceden ante todo de una mentalidad diferente.
El simbolismo es
como la forma sensible de toda enseñanza iniciática; un lenguaje más
universal que las lenguas vulgares. Así, el símbolo, para el que llega
a penetrar su significación profunda, podrá hacerle concebir
incomparablemente más que todo lo que es posible expresar
directamente; es también el único medio de transmitir, tanto como se
puede, todo cuanto de inexpresable constituye el dominio propio de la
iniciación, o más bien, para hablar más rigurosamente, de depositar
las concepciones de este orden en germen en el intelecto del iniciado,
que deberá después hacerlas pasar de la potencia al acto,
desarrollarlas y elaborarlas por su trabajo personal, ya que nadie
puede hacer nada más que prepararle para ello trazándole, mediante
fórmulas apropiadas, el plan que, a continuación, tendrá que realizar
en sí mismo para llegar a la posesión efectiva de la iniciación que no
ha recibido del exterior más que virtualmente.
En eso es donde
reside el verdadero secreto iniciático, que es inviolable por su
naturaleza y que se preserva por sí mismo contra la curiosidad de los
profanos, y del que el secreto relativo de algunos signos exteriores
no es más que una figuración simbólica. Este secreto, cada uno podrá
penetrarle más o menos según la extensión de su horizonte intelectual,
pero, aunque le haya penetrado integralmente, no podrá comunicar nunca
efectivamente a otro lo que él mismo haya comprendido de él; todo lo
más, podrá ayudar a llegar a esta comprehensión únicamente a aquellos
que son actualmente aptos para ello.
Por consiguiente,
todo ser tiende, conscientemente o no, a realizar en sí mismo, por los
medios apropiados a su naturaleza particular, lo que las formas iniciáticas occidentales, apoyándose sobre el simbolismo
«constructivo», llaman el «plan del Gran Arquitecto del Universo», y a
concurrir con ello, según la función que le pertenece en el conjunto
cósmico, a la realización total de este mismo plan, la cual no es en
suma más que la universalización de su propia realización personal.
La enseñanza iniciática, exterior y transmisible en formas, no es en realidad y no
puede ser más que una preparación del individuo para adquirir el
verdadero conocimiento iniciático por el efecto de su trabajo
personal. También se le puede indicar la vía a seguir, el plan a
realizar, y disponerle a tomar la actitud mental e intelectual
necesaria para llegar a una comprehensión efectiva y no simplemente
teórica; también se le puede asistir y guiar controlando su trabajo de
una manera constante, pero eso es todo, ya que nadie más, aunque sea
un «Maestro» en la acepción más completa de la palabra, puede hacer
este trabajo por él. Lo que el iniciado debe adquirir forzosamente por
sí mismo, porque naie ni nada exterior a él puede comunicárselo, es en
suma la posesión efectiva del secreto iniciático propiamente dicho;
Extractado de: René Guénon, Apercepciones sobre
la Iniciación,
capítulo XXXI.
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